martes, 19 de julio de 2011

Takashi Miike - Vivo o muerto

El inicio vertiginoso, frenético, a la manera de un video-clip, nos introduce en el submundo que habitaremos en las siguientes dos horas, poblado de la fauna que deambula al acecho las calles del barrio de Shinjuku, amparado en las fulgurantes luces de neón que convierten a Tokio en una metrópolis única.
Es el universo de las correrías alucinantes, disparatadas, demenciales; plagadas de excesos, excentricidades: las travesuras del realizador japonés Takashi Miike.
En esas fascinantes secuencias se asiste a la caída al vacío desde un edificio del cuerpo de una joven, el crimen de un homosexual mientras sodomiza a otro en un repugnante baño, el estallido de unos fideos que salen del vientre de un chino expulsados hacia la cámara cuando es baleado mientras comía con voracidad, la rutina en el caño de una bailarina exótica, un homicida convertido en payaso lanza-cuchillos durante su fuga, un ejecutivo aspirando una línea de cocaína interminable en una fábrica abandonada, y un par de policías maltratando transeúntes.
En ese mismo escenario se enfrentarán Jojima (Shô Aikawa), un policía decidido a combatir al crimen organizado, padre de una hija enferma que debe ser sometida a una costosa operación, subordinado de un jefe corrupto que lo acusa de querer incendiar cada día la estación de policía y de un superior dedicado a tocar la flauta en la terraza del precinto; y Ryuichi (Riki Takeuchi), un matón que busca hacerse un espacio en la mafia para superar su origen minoritario.