El inicio vertiginoso, frenético, a la manera de un video-clip, nos introduce en el submundo que habitaremos en las siguientes dos horas, poblado de la fauna que deambula al acecho las calles del barrio de Shinjuku, amparado en las fulgurantes luces de neón que convierten a Tokio en una metrópolis única.
Es el universo de las correrías alucinantes, disparatadas, demenciales; plagadas de excesos, excentricidades: las travesuras del realizador japonés Takashi Miike.
En esas fascinantes secuencias se asiste a la caída al vacío desde un edificio del cuerpo de una joven, el crimen de un homosexual mientras sodomiza a otro en un repugnante baño, el estallido de unos fideos que salen del vientre de un chino expulsados hacia la cámara cuando es baleado mientras comía con voracidad, la rutina en el caño de una bailarina exótica, un homicida convertido en payaso lanza-cuchillos durante su fuga, un ejecutivo aspirando una línea de cocaína interminable en una fábrica abandonada, y un par de policías maltratando transeúntes.
En ese mismo escenario se enfrentarán Jojima (Shô Aikawa), un policía decidido a combatir al crimen organizado, padre de una hija enferma que debe ser sometida a una costosa operación, subordinado de un jefe corrupto que lo acusa de querer incendiar cada día la estación de policía y de un superior dedicado a tocar la flauta en la terraza del precinto; y Ryuichi (Riki Takeuchi), un matón que busca hacerse un espacio en la mafia para superar su origen minoritario.
Son dos desclasados que, poco a poco, lo perderán todo.
El derrotero de Ryuichi incluye: el crimen de yakuzas, de miembros de las tríadas chinas, el robo de bancos, la disputa por una nueva ruta de la droga en Yokohama; hechos por los que es perseguido por Jojima, sin escatimar brutalidad.
Responder con violencia a la violencia tiene como resultado la extensión del daño, tal como el efecto de una epidemia que se disemina por contagio enfermando al cuerpo social todo.
Si esa parece ser la moraleja, a pesar de que no hay intención moralizante alguna en el director; no es menos cierto que, para los protagonistas, parece no haber escape.
"Sólo los fuertes encontrarán su lugar en el mundo", sentencia Ryu a su hermano menor.
Subyace una vez más, como disparador de la violencia, las condiciones a las que se haya sometida la inmigración china en Japón.
En palabras del pandillero: "Este país no ha hecho nada por mí".
Su honesto hermano, recientemente regresado de estudiar en Norteamérica, responde: "En los Estados Unidos no todas las minorías son delincuentes".
De la misma forma que en otros cineastas asiáticos (verbigracia, Takeshi Kitano), el cine de Takashi Miike está influenciado por el grotesco, el absurdo, mostrando personajes caricaturizados actuando como locos o tontos (a modo de ejemplo, la escena del reencuentro de la banda con el hermano menor de Ryuichi en un cementerio).
Otra característica del cine nipón son las sobreactuaciones casi teatrales, actores exagerando gestos que parecen extraídos del cine mudo (los primeros planos de Riki Takeuchi con el ceño fruncido).
La espectacular última escena: un duelo al estilo western, condimentado con un contenido fantástico, demuestra también la herencia del manga y el animé.
Sangrienta, ruda, excesiva, extrema, Vivo o muerto tiene categoría de clásico entre las películas de yakuzas (todo un género en sí mismo), y una de las más acabadas en la vasta filmografía de Takashi Miike.
Título Original: Dead or Alive: Hanzaisha
Año: 1999
Nacionalidad: Japón
Género: acción, policial, drama
Dirección: Takashi Miike
Reparto: Riki Takeuchi (Ryuichi), Shô Aikawa (Jojima), Renji Ishibashi (Aoki), Hitoshi Ozawa (Satake), Shingo Tsurumi (Chen), Kaoru Sugita (Sra. de Jojima)
Guión: Ichiro Ryu
Montaje: Yasushi Shimamura
Fotografía: Hideo Yamamoto
Música: Kôji Endô
Idioma: japonés
El derrotero de Ryuichi incluye: el crimen de yakuzas, de miembros de las tríadas chinas, el robo de bancos, la disputa por una nueva ruta de la droga en Yokohama; hechos por los que es perseguido por Jojima, sin escatimar brutalidad.
Responder con violencia a la violencia tiene como resultado la extensión del daño, tal como el efecto de una epidemia que se disemina por contagio enfermando al cuerpo social todo.
Si esa parece ser la moraleja, a pesar de que no hay intención moralizante alguna en el director; no es menos cierto que, para los protagonistas, parece no haber escape.
"Sólo los fuertes encontrarán su lugar en el mundo", sentencia Ryu a su hermano menor.
Subyace una vez más, como disparador de la violencia, las condiciones a las que se haya sometida la inmigración china en Japón.
En palabras del pandillero: "Este país no ha hecho nada por mí".
Su honesto hermano, recientemente regresado de estudiar en Norteamérica, responde: "En los Estados Unidos no todas las minorías son delincuentes".
De la misma forma que en otros cineastas asiáticos (verbigracia, Takeshi Kitano), el cine de Takashi Miike está influenciado por el grotesco, el absurdo, mostrando personajes caricaturizados actuando como locos o tontos (a modo de ejemplo, la escena del reencuentro de la banda con el hermano menor de Ryuichi en un cementerio).
Otra característica del cine nipón son las sobreactuaciones casi teatrales, actores exagerando gestos que parecen extraídos del cine mudo (los primeros planos de Riki Takeuchi con el ceño fruncido).
La espectacular última escena: un duelo al estilo western, condimentado con un contenido fantástico, demuestra también la herencia del manga y el animé.
Sangrienta, ruda, excesiva, extrema, Vivo o muerto tiene categoría de clásico entre las películas de yakuzas (todo un género en sí mismo), y una de las más acabadas en la vasta filmografía de Takashi Miike.
Título Original: Dead or Alive: Hanzaisha
Año: 1999
Nacionalidad: Japón
Género: acción, policial, drama
Dirección: Takashi Miike
Reparto: Riki Takeuchi (Ryuichi), Shô Aikawa (Jojima), Renji Ishibashi (Aoki), Hitoshi Ozawa (Satake), Shingo Tsurumi (Chen), Kaoru Sugita (Sra. de Jojima)
Guión: Ichiro Ryu
Montaje: Yasushi Shimamura
Fotografía: Hideo Yamamoto
Música: Kôji Endô
Idioma: japonés
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