La antropóloga Teresa Caldeira estudia fenómenos como la creación de barrios cerrados, fortificados, zonas de segregación de los que menos tienen, cuya edificación contribuye a frustrar el ideal moderno de la ciudad entendida como espacio público donde convergen las diferencias; o la discriminización de género y la reinvención de las identidades en los jóvenes, en que la observación de sus manifestaciones públicas, por ejemplo: graffitis, pixaçao, hip-hop, skate, permite concluir que son actividades tendientes a excluir a las mujeres, y conspiran con la construcción de una identidad femenina.
En el presente ensayo, de nombre Espacio, segregación y arte urbano en el Brasil, la autora se dedica a analizar tres modos en los cuales las nociones de derechos y justicia han sido articuladas en el Brasil democrático: en el primer caso, muestra cómo los movimientos sociales urbanos utilizaron los derechos para exigir políticas habitacionales para los residentes pobres de las periferias urbanas; en el segundo, la alusión a los derechos y la justicia están asociados a intentos por socavar las instituciones democráticas, incluyendo la campaña para impugnar la legitimidad de las demandas por los derechos humanos, las expresiones de apoyo a la violencia policial y los reclamos de los grupos del crimen organizado; finalmente, se consagra a investigar los movimientos hip-hop y su propósito de combatir la violencia, y la falta de oportunidades de los residentes jóvenes de las periferias pobres.
Los movimientos sociales se destacaron por tener, a partir de mediados de 1970, una activa participación orientada a peticionar a las autoridades mejoras en las condiciones de infraestructura urbana, consiguiendo su recepción normativa en la Constitución de 1988 y en el célebre Estatuto de la Ciudad de 2001, que establece la "funcion social" de la propiedad urbana.
En la transición democrática de 1980, el movimiento de los derechos humanos, originado en la demanda de amnistía para los presos políticos, expresó por primera vez la defensa de los derechos humanos de los presos comunes.
La reacción en contra de este alegato señala una perversa re-significación de los derechos humanos como "privilegios para delincuentes".
Más de una década llevó a los movimientos de defensa de los derechos humanos deshacer esta imagen distorsionada, consolidada, y construir una nueva articulación que se hizo evidente con el Plan Nacional por los Derechos Humanos de 1996, el cual define a los derechos humanos como "derechos de todos los ciudadanos".
Entre 1990 y 2001 hubo al menos 11.700 muertes civiles confirmadas por parte de la policía. En una completa inversión de sentido, se considera que la policía que mata cumple con sus deberes y hace respetar los “derechos” de justicia y seguridad de los ciudadanos pobres.
Sin embargo, una de las re-articulaciones más sorprendentes del lenguaje de los derechos y la justicia proviene de grupos del crimen organizado.
En los últimos años las cárceles se han convertido en dominios de grupos organizados que se llaman a sí mismos "comandos" o "partidos".
Estos comandos, que imponen un orden violento dentro de las cárceles y controlan el crimen afuera, hablan acerca de la justicia y los derechos y describen los abusos a los que han sido sometidos con el propósito de justificar sus crímenes y su crueldad.
Los movimientos culturales de São Paulo que proliferaron en la periferia en los últimos años son movimientos de protesta y confrontación.
A partir de una investigación en curso sobre género y juventud en São Paulo, Teresa Caldeira descubre una creciente brecha de género entre la juventud de São Paulo y los modos novedosos en los cuales se están recreando roles de género.
Esta recreación es paradójica porque a la vez se diferencia de modelos pasados y reproduce algunos atributos tradicionales de esos roles, en especial la agresividad masculina y la sensualidad femenina.
Los movimientos sociales de las décadas de 1970 y 1980 expresaron las injustas condiciones a las que se encuentran sometidos los trabajadores pobres. Pero con dos diferencias esenciales en relación al hip-hop: por un lado, los movimientos sociales afirmaron una imagen positiva de una periferia unificada, sin cuestionar los valores de propiedad y progreso de la élite; por otro, manifestaron sus demandas desde una posición de inclusión.
El movimiento hip-hop, en cambio, articula para sí mismo una posición de encierro. Piensa en la periferia en sentido semejante al gueto norteamericano, algo que no había sucedido antes en el Brasil.
Sus invocaciones de justicia no son las del Estado de derecho y tienen una similitud preocupante con las de los comandos del crimen organizado.
Sostienen un orden moralista en el cual la diferencia no tiene lugar.
La construcción de una posición de auto-encierro por el movimiento hip-hop es equivalente a la practicada por las clases altas, quienes se encuentran apartadas en enclaves fortificados y mantenidas bajo la vigilancia de guardias privados.
Cuando ambos lados del muro piensan en sí mismos como encerrados y autosuficientes, ¿cuáles son las oportunidades de democratización? ¿Cuáles son las oportunidades para la construcción de una ciudad menos desigual y menos segregada y una esfera pública democrática cuando se invoca la intolerancia para construir las comunidades a ambos lados del muro?
Muros, grafitos y pichaçoes son signos que promueven la distancia social, constituyendo un espacio público en el que la expresión de diversas formas de desigualdad son prácticas estructurantes.
Muros y cercas, ubicados en el espacio de la ciudad de São Paulo, son intervenciones privadas que constituyen lo público como un espacio residual.
Utilizan el miedo a la delincuencia como un modo de justificación de la segregación.
Pero su razón de ser consiste en que son una forma de distinción y discriminación.
Crean un espacio que contradice directamente los ideales de apertura, heterogeneidad, accesibilidad e igualdad que ayudaron a organizar el tipo moderno de espacio público propio de las democracias modernas.
Las diversas formas de cultura juvenil contemporánea, y especialmente las que suponen un claro signo de transgresión e intervención en el espacio público, son producciones masculinas.
En contraste, las mujeres están presentes como imágenes en los carteles de los anuncios como cuerpos mercantilizados y sexualizados, recreando las relaciones de género de una manera que reproduce el machismo y la degradación de las mujeres.
En el espacio público constituido por muros, cercos, grafitis y pichaçoes, las desigualdades de clase y raciales se imponen y cuestionan simultáneamente, pero las desigualdades de género solamente se reproducen y recrean sin cuestionamiento, y sin expresiones alternativas o de transgresión.
En el presente ensayo, de nombre Espacio, segregación y arte urbano en el Brasil, la autora se dedica a analizar tres modos en los cuales las nociones de derechos y justicia han sido articuladas en el Brasil democrático: en el primer caso, muestra cómo los movimientos sociales urbanos utilizaron los derechos para exigir políticas habitacionales para los residentes pobres de las periferias urbanas; en el segundo, la alusión a los derechos y la justicia están asociados a intentos por socavar las instituciones democráticas, incluyendo la campaña para impugnar la legitimidad de las demandas por los derechos humanos, las expresiones de apoyo a la violencia policial y los reclamos de los grupos del crimen organizado; finalmente, se consagra a investigar los movimientos hip-hop y su propósito de combatir la violencia, y la falta de oportunidades de los residentes jóvenes de las periferias pobres.
Los movimientos sociales se destacaron por tener, a partir de mediados de 1970, una activa participación orientada a peticionar a las autoridades mejoras en las condiciones de infraestructura urbana, consiguiendo su recepción normativa en la Constitución de 1988 y en el célebre Estatuto de la Ciudad de 2001, que establece la "funcion social" de la propiedad urbana.
En la transición democrática de 1980, el movimiento de los derechos humanos, originado en la demanda de amnistía para los presos políticos, expresó por primera vez la defensa de los derechos humanos de los presos comunes.
La reacción en contra de este alegato señala una perversa re-significación de los derechos humanos como "privilegios para delincuentes".
Más de una década llevó a los movimientos de defensa de los derechos humanos deshacer esta imagen distorsionada, consolidada, y construir una nueva articulación que se hizo evidente con el Plan Nacional por los Derechos Humanos de 1996, el cual define a los derechos humanos como "derechos de todos los ciudadanos".
Entre 1990 y 2001 hubo al menos 11.700 muertes civiles confirmadas por parte de la policía. En una completa inversión de sentido, se considera que la policía que mata cumple con sus deberes y hace respetar los “derechos” de justicia y seguridad de los ciudadanos pobres.
Sin embargo, una de las re-articulaciones más sorprendentes del lenguaje de los derechos y la justicia proviene de grupos del crimen organizado.
En los últimos años las cárceles se han convertido en dominios de grupos organizados que se llaman a sí mismos "comandos" o "partidos".
Estos comandos, que imponen un orden violento dentro de las cárceles y controlan el crimen afuera, hablan acerca de la justicia y los derechos y describen los abusos a los que han sido sometidos con el propósito de justificar sus crímenes y su crueldad.
Los movimientos culturales de São Paulo que proliferaron en la periferia en los últimos años son movimientos de protesta y confrontación.
A partir de una investigación en curso sobre género y juventud en São Paulo, Teresa Caldeira descubre una creciente brecha de género entre la juventud de São Paulo y los modos novedosos en los cuales se están recreando roles de género.
Esta recreación es paradójica porque a la vez se diferencia de modelos pasados y reproduce algunos atributos tradicionales de esos roles, en especial la agresividad masculina y la sensualidad femenina.
Los movimientos sociales de las décadas de 1970 y 1980 expresaron las injustas condiciones a las que se encuentran sometidos los trabajadores pobres. Pero con dos diferencias esenciales en relación al hip-hop: por un lado, los movimientos sociales afirmaron una imagen positiva de una periferia unificada, sin cuestionar los valores de propiedad y progreso de la élite; por otro, manifestaron sus demandas desde una posición de inclusión.
El movimiento hip-hop, en cambio, articula para sí mismo una posición de encierro. Piensa en la periferia en sentido semejante al gueto norteamericano, algo que no había sucedido antes en el Brasil.
Sus invocaciones de justicia no son las del Estado de derecho y tienen una similitud preocupante con las de los comandos del crimen organizado.
Sostienen un orden moralista en el cual la diferencia no tiene lugar.
La construcción de una posición de auto-encierro por el movimiento hip-hop es equivalente a la practicada por las clases altas, quienes se encuentran apartadas en enclaves fortificados y mantenidas bajo la vigilancia de guardias privados.
Cuando ambos lados del muro piensan en sí mismos como encerrados y autosuficientes, ¿cuáles son las oportunidades de democratización? ¿Cuáles son las oportunidades para la construcción de una ciudad menos desigual y menos segregada y una esfera pública democrática cuando se invoca la intolerancia para construir las comunidades a ambos lados del muro?
Muros, grafitos y pichaçoes son signos que promueven la distancia social, constituyendo un espacio público en el que la expresión de diversas formas de desigualdad son prácticas estructurantes.
Muros y cercas, ubicados en el espacio de la ciudad de São Paulo, son intervenciones privadas que constituyen lo público como un espacio residual.
Utilizan el miedo a la delincuencia como un modo de justificación de la segregación.
Pero su razón de ser consiste en que son una forma de distinción y discriminación.
Crean un espacio que contradice directamente los ideales de apertura, heterogeneidad, accesibilidad e igualdad que ayudaron a organizar el tipo moderno de espacio público propio de las democracias modernas.
Las diversas formas de cultura juvenil contemporánea, y especialmente las que suponen un claro signo de transgresión e intervención en el espacio público, son producciones masculinas.
En contraste, las mujeres están presentes como imágenes en los carteles de los anuncios como cuerpos mercantilizados y sexualizados, recreando las relaciones de género de una manera que reproduce el machismo y la degradación de las mujeres.
En el espacio público constituido por muros, cercos, grafitis y pichaçoes, las desigualdades de clase y raciales se imponen y cuestionan simultáneamente, pero las desigualdades de género solamente se reproducen y recrean sin cuestionamiento, y sin expresiones alternativas o de transgresión.
2 comentarios:
Hola! por favor si tienes el resto del libro en PDF te agradeceria me lo enviaras, no lo encuentro en la biblioteca y me urge para desarrollar mi tesis de Maestria, espero que lo tengas y de ser posible me lo enviaras a:
aortiz@3arquitectura.com
Un saludo desde Guadalajara, MUCHAS GRACIAS!
Lamento decirte que sólo tengo esas páginas del libro.
¡Suerte con tu tesis!
Un saludo.
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