El Capítulo 1, bellamente escrito, resume las obsesiones de Haruki Murakami, autor de Tokio blues: la pérdida y la memoria.
El recuerdo de un amor que se desvanece, sentido como una insoportable ausencia, y la adolescencia como una etapa de la que no se sale indemne.
Toru Watanabe se encuentra a bordo de un Boing 747, descendiendo en la ciudad de Hamburgo, mientras escucha por los altavoces la canción de los Beatles, Norwegian Wood, que lo lleva a recordar con nostalgia su juventud en Tokio a fines de los sesentas.
A la inestable Naoko, la novia de Kizuki, su único amigo de la adolescencia, con quien se reencuentra después del suicidio del muchacho, y lo une una profunda y compleja relación que continúa por medio de correspondencia, cuando Naoko ingresa a una institución de salud mental. Y a la excéntrica Midori, su compañera de la universidad, vital, desenfadada, la contracara de Naoko.
Ambas libraron una contienda en el corazón de Watanabe, acercándolo a la luz o a la oscuridad, a semejanza de las pulsiones de vida y de muerte.
Matías Repar, escribió en el diario Clarín, lo siguiente: "Para Murakami la adolescencia es un espacio del que se es expulsado sin explicaciones. Un pozo oscuro, profundo, horriblemente hermoso, y de mortífera locura, del que muchos no regresan".
El suicidio que afecta a los jóvenes, y el pesar que provoca en los seres más cercanos que los sobreviven, se reitera en la novela y conduce al protagonista a la aceptación de la muerte, a convivir con el dolor.
"Cuando murió Kizuki aprendí una cosa. Quizá me resigné a hacerla mía: -La muerte no se opone a la vida, la muerte está incluida en nuestra vida.
"El conocimiento de la verdad no alivia la tristeza que sentimos al perder un ser querido. Ni la verdad, ni la sinceridad, ni la fuerza, ni el cariño son capaces de curar esta tristeza. Lo único que puede hacerse es atravesar este dolor esperando aprender algo de él, aunque todo lo que uno haya aprendido no le sirva para nada la próxima vez que la tristeza lo visite de improviso".
Es lograda la descripción de un atribulado Watanabe, similar al protagonista de Al sur de la frontera, al oeste del sol, y del universo adolescente, así como de la vida en la pensión y de la atmósfera de ensueño que rodea los paseos con Naoko, o de la simpática tarde en que Midori toca la guitarra y canta junto a Watanabe en la terraza de su casa, mientras un incendio comienza en una vivienda vecina.
El final del libro es un poco decepcionante, quizás porque el personaje de Reiko, la tutora de Naoko en el psiquiátrico, no consigue crear interés en la trama, y sus intervenciones carecen de la intensidad que tienen los encuentros del protagonista con las principales figuras femeninas.
Murakami ha sido tachado de literatura pop por las autoridades literarias de su país, Japón.
Lo cierto es que su lectura es ágil y atrayente, a la vez que transmite magistralmente el sentimiento de melancolía y desencanto propio de quien mira hacia atrás.
Referencias bibliográficas:
Murakami, el escritor japonés que conquista Occidente. Diario Clarín, 15.7.2005
El recuerdo de un amor que se desvanece, sentido como una insoportable ausencia, y la adolescencia como una etapa de la que no se sale indemne.
Toru Watanabe se encuentra a bordo de un Boing 747, descendiendo en la ciudad de Hamburgo, mientras escucha por los altavoces la canción de los Beatles, Norwegian Wood, que lo lleva a recordar con nostalgia su juventud en Tokio a fines de los sesentas.
A la inestable Naoko, la novia de Kizuki, su único amigo de la adolescencia, con quien se reencuentra después del suicidio del muchacho, y lo une una profunda y compleja relación que continúa por medio de correspondencia, cuando Naoko ingresa a una institución de salud mental. Y a la excéntrica Midori, su compañera de la universidad, vital, desenfadada, la contracara de Naoko.
Ambas libraron una contienda en el corazón de Watanabe, acercándolo a la luz o a la oscuridad, a semejanza de las pulsiones de vida y de muerte.
Matías Repar, escribió en el diario Clarín, lo siguiente: "Para Murakami la adolescencia es un espacio del que se es expulsado sin explicaciones. Un pozo oscuro, profundo, horriblemente hermoso, y de mortífera locura, del que muchos no regresan".
El suicidio que afecta a los jóvenes, y el pesar que provoca en los seres más cercanos que los sobreviven, se reitera en la novela y conduce al protagonista a la aceptación de la muerte, a convivir con el dolor.
"Cuando murió Kizuki aprendí una cosa. Quizá me resigné a hacerla mía: -La muerte no se opone a la vida, la muerte está incluida en nuestra vida.
"El conocimiento de la verdad no alivia la tristeza que sentimos al perder un ser querido. Ni la verdad, ni la sinceridad, ni la fuerza, ni el cariño son capaces de curar esta tristeza. Lo único que puede hacerse es atravesar este dolor esperando aprender algo de él, aunque todo lo que uno haya aprendido no le sirva para nada la próxima vez que la tristeza lo visite de improviso".
Es lograda la descripción de un atribulado Watanabe, similar al protagonista de Al sur de la frontera, al oeste del sol, y del universo adolescente, así como de la vida en la pensión y de la atmósfera de ensueño que rodea los paseos con Naoko, o de la simpática tarde en que Midori toca la guitarra y canta junto a Watanabe en la terraza de su casa, mientras un incendio comienza en una vivienda vecina.
El final del libro es un poco decepcionante, quizás porque el personaje de Reiko, la tutora de Naoko en el psiquiátrico, no consigue crear interés en la trama, y sus intervenciones carecen de la intensidad que tienen los encuentros del protagonista con las principales figuras femeninas.
Murakami ha sido tachado de literatura pop por las autoridades literarias de su país, Japón.
Lo cierto es que su lectura es ágil y atrayente, a la vez que transmite magistralmente el sentimiento de melancolía y desencanto propio de quien mira hacia atrás.
Referencias bibliográficas:
Murakami, el escritor japonés que conquista Occidente. Diario Clarín, 15.7.2005
2 comentarios:
Saludos de nuevo, lejanos.
Pues fíjate que a mí "Al sur de la frontera..." se me hizo una carga según avanzaba. Aunque no tanto como la adolescente "Tsugumi" de Banana Yoshimoto. Quizás me hago viejo, amigo. De Murakami sigo esperando la magia de "Sputnik, mi amor". Ahí sí me metió los dedos en las tripas y se me agarró un buen pellizco. Ese es el Murakami que me pone.
manhattan71
Hola otra vez,
¡Qué extraño que no te atrapara Al sur de la frontera, al oeste del sol! Porque según tengo entendido, ya que aún no leí Sputnik, mi amor, las dos novelas que reseñé son bastante similares a la citada en último término.
Más adelante voy a agregar algo de Banana Yoshimoto y espero contar contigo para intercambiar opiniones.
En cuanto a lo de volverse viejo debo decirte que, lamentablemente, nos pasa a todos.
Gracias por compartir este espacio.
Un abrazo grande.
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